En la mente de dos costillas rotas
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En la mente de dos costillas rotas
Cansado, Sol comienza una eterna caída. Su cuerpo se siente muy ligero, como si flotara en la eternidad, en un momento que ahora recorría una y otra vez. El mundo empezaba a girar, y sus ojos ahora paseaban por el viento, buscando luces brillantes, de todos colores, que poco a poco inundaban el ambiente. Quizo levantar su mano para tocarlas, pero se dio cuenta que se movía muy lento, y desistió. Pensó por un instante, en que si podría tocar las luces, si lo pensaba, y cerró sus ojos. En la negrura de la eternidad, los colores se movían a toda velocidad, y ahora cantaban y bailaban. Uno de ellos era un color azuloso claro, mucho más vibrante y más vivo, tanto que su revoloteo incitaba el vuelo de los demás.
Depronto, sintió un estruendo, y los colores se entremezclaron en una mancha púrpura, brillante y vívida, como un río de fuego caliente como las llamas del infierno pasando por maderos secos. El color no duró mucho, poco a poco se fué desvaneciendo, como un guerrero que se vá de su hogar luego de mucho, y sabe que no lo volverá a ver. Sus recuerdos le eran dolorosos, y en ese momento, solo hubo negrura.
Su cuerpo ahora estaba totalmente quieto, en paz, no podía moverse... no quería hacerlo. La calma que sentía en ese momento era alo que pocas veces conseguía, algo tan puro y desinteresado que el temía que fuese a desaparecer. Entonces, se dejó llevar, abandonando su cuerpo inmóvil, una cáscara vacía que solo le otorgaba felicidad cuando no funcionaba. Así permaneció por mucho tiempo, como los gigantes que dormían y se convertían en montañas.
Entonces, vino el ardor. Abriendo sus ojos poco a poco, Sol veía las hojas que caían y el cielo del atardecer demarcando que si algo le había ocurrido, se había enterado justo a tiempo para volver a cenar. Intentó levantarse de un salto, solo para sentir una fuerte punzonada en el lado derecho de sus costillas, e incorporándose solo un poco, pudo ver que tenía un gran hueco en su camisa, justo donde una de las púas del tótem de entrenamiento casi le atraviesa la piel. Allí veía como un trozo de su carne colgaba hacia un lado, como los peores labios de prostituta que pudiera jamás haber visto.
Aguantando el dolor, Sol finalmente se sienta en el pasto, y quitándose la camisa, se aproxima a su pequeña caja con equipo médico. Toma unas hierbas, y el último de sus paños, y las aplica sobre la herida, mientras muerde la camisa por el intenso ardor. Luego de terminar de sanarse, se levanta, y tantea su costado. Efectivamente, se ha roto otra costilla.
El golpe lo envió volando varios metros, muchos más que la primera vez. Haciendo cuentas, la pesa de madera debe tener sobre una tonelada de peso, y fácilmente pudo haber derribado una empalizada bien construida, probablemente empalando a uno o dos pueblerinos que tuviesen la mala suerte de estar jugando cartas en su guardia. Sonriendo, camina de regreso hacia el pueblo.
Solo hasta la mañana siguiente, se daría cuenta que fué el primer día que se sintió como en casa nuevamente.
Depronto, sintió un estruendo, y los colores se entremezclaron en una mancha púrpura, brillante y vívida, como un río de fuego caliente como las llamas del infierno pasando por maderos secos. El color no duró mucho, poco a poco se fué desvaneciendo, como un guerrero que se vá de su hogar luego de mucho, y sabe que no lo volverá a ver. Sus recuerdos le eran dolorosos, y en ese momento, solo hubo negrura.
Su cuerpo ahora estaba totalmente quieto, en paz, no podía moverse... no quería hacerlo. La calma que sentía en ese momento era alo que pocas veces conseguía, algo tan puro y desinteresado que el temía que fuese a desaparecer. Entonces, se dejó llevar, abandonando su cuerpo inmóvil, una cáscara vacía que solo le otorgaba felicidad cuando no funcionaba. Así permaneció por mucho tiempo, como los gigantes que dormían y se convertían en montañas.
Entonces, vino el ardor. Abriendo sus ojos poco a poco, Sol veía las hojas que caían y el cielo del atardecer demarcando que si algo le había ocurrido, se había enterado justo a tiempo para volver a cenar. Intentó levantarse de un salto, solo para sentir una fuerte punzonada en el lado derecho de sus costillas, e incorporándose solo un poco, pudo ver que tenía un gran hueco en su camisa, justo donde una de las púas del tótem de entrenamiento casi le atraviesa la piel. Allí veía como un trozo de su carne colgaba hacia un lado, como los peores labios de prostituta que pudiera jamás haber visto.
Aguantando el dolor, Sol finalmente se sienta en el pasto, y quitándose la camisa, se aproxima a su pequeña caja con equipo médico. Toma unas hierbas, y el último de sus paños, y las aplica sobre la herida, mientras muerde la camisa por el intenso ardor. Luego de terminar de sanarse, se levanta, y tantea su costado. Efectivamente, se ha roto otra costilla.
El golpe lo envió volando varios metros, muchos más que la primera vez. Haciendo cuentas, la pesa de madera debe tener sobre una tonelada de peso, y fácilmente pudo haber derribado una empalizada bien construida, probablemente empalando a uno o dos pueblerinos que tuviesen la mala suerte de estar jugando cartas en su guardia. Sonriendo, camina de regreso hacia el pueblo.
Solo hasta la mañana siguiente, se daría cuenta que fué el primer día que se sintió como en casa nuevamente.
Corronchilejano- Rabonmaster
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